Reseña | "The Shyness of Trees" de Sofiia Chuikovska, Loïck du Plessis d'Argentré, Lina Han, Simin He, Jiaxin Huang, Maud le Bras y Bingqing Shu
THE SHYNESS OF TREES
SINOPSIS
Hélène, de 40 años, viene a visitar a su madre anciana en la campiña francesa. Pero su madre no se comporta como de costumbre. Parece haber formado un extraño vínculo con las plantas, los insectos y el viejo roble al final de su jardín...
RESEÑA
Pensemos en la muerte no como un corte abrupto, sino como un lento deshacerse, un despojo de la forma humana para fundirse de nuevo con la tierra que nos prestó sus átomos. Es un miedo primal: el de disolverse, de dejar de ser "yo" para convertirse en suelo, en savia, en el viento que mece ramas ajenas. Pero ¿y si ese terror es ilusorio? Todo vuelve al todo—nuestros huesos se convierten en raíces, nuestro aliento en lluvia, nuestra esencia en el ciclo que no nos pide permiso. Pedimos prestada materia del mundo para existir un rato, y al final, la devolvemos, enriquecida por las vidas que tocamos. Esta idea, cruda y consoladora a la vez, me golpeó con fuerza al ver The Shyness of Trees, un cortometraje animado que me dejó sollozando como un niño, vulnerable ante su belleza devastadora. Me encantó por su honestidad brutal; es una obra poderosísima que transforma el duelo en poesía, recordándonos que la reconexión con la naturaleza no es pérdida, sino un hogar eterno.
El roble se yergue primero: tronco ancho como un abrazo ancestral, copa desbordando el marco de la pantalla, como si la animación misma cediera ante su presencia. Un saxofón exhala notas entrecortadas, pausas que imitan la respiración de quien se despide. Luego, la anciana de espaldas, cabello blanco suelto, y un pájaro carpintero picoteando su cráneo, confundiéndola con corteza viva. Es el arranque perfecto para esta gema de nueve minutos, dirigida por Sofiia Chuikovska, Loïck du Plessis d’Argentré, Lina Han, Simin He, Jiaxin Huang, Maud Le Bras y Bingqing Shu, egresados de Gobelins l'École de l'Image. No es solo animación; es una meditación visual sobre cómo la vejez invita a esa fusión, tímida al principio, inevitable al final—tal como lo describen sus creadores, un relato sobre Hélène visitando a su madre anciana en la campiña francesa, donde algo no encaja, revelando un vínculo extraño con plantas, insectos y el roble antiguo.
Hélène llega al caserío francés, golpea la puerta en vano, entra y se topa con el verde invasor: plantas en fregaderos, hormigas marchando en fila, insectos zumbando como guardianes. Su madre, al fondo del jardín, brazos alzados, se mece como el roble, unida a él en un trance que Hélène lee como demencia. Pero la animación lo pinta de otro modo: la anciana irradia luz solar, el árbol responde con un fulgor recíproco—una danza de energías que susurra: "Somos uno con lo que nos rodea". En la cocina, el choque: Hélène, con desdén práctico, arranca macetas; la madre, serena, las rocía y advierte: "Las plantas lo sienten". La explosión llega: "¡Deja de actuar como loca!", seguida de silencio y arrepentimiento. "No me gusta verte así..." "¿Vieja?", indaga la madre, sonriendo con resignación. Es un diálogo directo, sin adornos, que desgarra el velo del temor filial: negamos la fragilidad porque duele anticipar el vacío—precisamente el enfoque de los directores, quienes querían explorar el duelo no en la muerte misma, sino en el momento previo, el miedo a ver envejecer a nuestros padres.
Lo onírico irrumpe: Hélène, junto a su madre dormida, ve una hoja luminosa posarse en su frente. Despierta—o ¿sueña?—a una ventana abierta, la anciana caminando desnuda al roble, escoltada por insectos cargando flores brillantes, un cortejo fúnebre que reluce con paz. Hélène corre, cae, grita, y encuentra el cambio: el rostro de la madre incrustado en la corteza, insectos bailando. El árbol crece furioso, lacerando sus manos mientras aferra el tronco, sangrando contra lo inexorable. Sube, y se transforma: adulta a niña, sollozando: "¡Es demasiado pronto! Te necesito un poco más". La respuesta, desde la corteza: "No llores... Siempre estaré, de otra manera, solo un poco diferente". El pájaro vuela, Hélène se despide y salta, flotando en caída mientras regresa a la adultez.
Amanecer: manos sucias y ensangrentadas, hojas cayendo como lágrimas secas, pájaros cantando en paz. Hélène acuna una hoja, triste pero iluminada—consciente de que la mortalidad es retorno, no fin. Esta escena sella la introspección del corto: el duelo como umbral a la aceptación.
The Shyness of Trees va más allá de lo personal; sus capas se ramifican como raíces profundas. Introspectivamente, me confrontó con mis miedos: lloré como un niño porque desenterró duelos propios, esa súplica infantil por "un poco más". Me encantó su poder para desarmar, para recordarme que resistir la partida solo prolonga el dolor. Filosóficamente, propone un animismo sutil: la naturaleza reclama lo prestado, transformándonos en parte de su tapiz eterno. En tiempos de desconexión urbana, critica nuestra ilusión de separación—medicalizamos la muerte, pero el corto susurra que envejecer es fundirse, devolver con gracia, encontrando una espiritualidad entre extremos, como la fe en el más allá de la madre de uno de los directores y el pragmatismo de su padre ("eres comido por gusanos"), regresando a la tierra y a la naturaleza.
Socialmente, toca el peso del cuidado: hijos como Hélène, exasperados por "desórdenes" que enmascaran vulnerabilidad, cargando culpa por desear tiempo extra. Culturalmente, los orígenes diversos de los directores—ucranianos, franceses, chinos—tejen matices globales: la naturaleza como adiós sin fronteras. Inferimos más: el borroso sueño-realidad cuestiona la conciencia—árboles como almas guardianas, insectos como ritos ancestrales, humanos como huéspedes transitorios en un bosque cósmico.
Adoré esta pieza por su honestidad poética: no resuelve con facilismos, sino que deja el alma expuesta, fertilizada por lágrimas. En su susurro, The Shyness of Trees afirma que todo vuelve al todo—no con terror, sino con una paz profunda, hoja temblorosa por hoja.
En última instancia, lo que hace de The Shyness of Trees una obra maestra inolvidable es su capacidad para destilar la complejidad del ser humano en un lienzo animado de apenas nueve minutos: une lo visceral con lo etéreo, lo doloroso con lo sublime, invitándonos no solo a llorar la pérdida, sino a celebrar el eterno retorno. Es un cortometraje que no se ve, se siente; que no termina al apagarse la pantalla, sino que echa raíces en el espectador, creciendo en memorias y reflexiones mucho después. Poderoso, poético y profundamente humano, este film no solo me conmovió hasta el llanto infantil—me transformó, recordándome que en la timidez de las hojas late la promesa de una vida que trasciende... y que corra a abrazar a mi mamá.
REPARTO
Frédérique Cantrel
Nahla Attali
EQUIPO
Written & Directed by Sofiia Chuikovska, Loïck du Plessis d'Argentré, Lina Han, Simin He, Jiaxin Huang, Maud le Bras, Bingqing Shu
Sound Engineer - Clément Naline, Jean-Baptiste Saint Pol
Original Music - Jérémy Ben Ammar
Music Performed by Saxophone | Damien Fior, Didgeridoo | Maxime de Saint-Roman Violin (Main) | Inès Otthoffer, Violin (Additional) | Jérémy Ben Ammar, Voice | Inès Otthoffer
Sound Design - Jérémy Ben Ammar
Mix - Jérémy Ben Ammar
Color Grading - David Chantoiseau





 
 
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