Reseña | "A Bear Remembers" de Zhang + Knight

A BEAR REMEMBERS


SINOPSIS

Un joven solitario busca respuestas con su dron, lo que lleva a un vínculo inesperado con una mujer anciana mientras intentan descubrir su origen.


RESEÑA

La pérdida cultural es un fenómeno que nos confronta con la fragilidad de lo que nos define como humanos: tradiciones, lenguas, rituales y formas de ver el mundo que se desvanecen bajo presiones como la globalización, la migración forzada o el cambio climático, tal como las lenguas indígenas que mueren con sus últimos hablantes, o las prácticas ancestrales reemplazadas por estilos de vida "uniformes". Esta erosión no es solo una nostalgia romántica; tiene raíces profundas en cómo evolucionamos como especie: si es una erosión asimétrica, donde las "culturas dominantes" borran las minoritarias, también se borra la resiliencia colectiva, se borran las anclas que atan a nuestras comunidades al bienestar emocional y social; y por eso existe el deber de preservar la identidad, no sólo como un deber ético, sino como estrategia para sobrevivir, pues al valorar y revivir lo perdido, podemos ser una humanidad más empática, donde el progreso no signifique olvidar quienes fuimos.



En los acantilados cubiertos de niebla de Greyhill, un sonido metálico constante late como un eco del pasado, repetitivo e inquietante, que surge de las profundidades de la tierra. Esta es la apertura melancólica y reflexiva de A Bear Remembers, un cortometraje dirigido por Zhang & Knight que une leyendas antiguas con emociones actuales, convirtiendo el malestar de un pueblo rural en un relato lleno de tristeza, un toque sutil de humor y preguntas profundas sobre la vida. Lo que empieza como un misterio juguetón —un ruido que al principio intriga, pero pronto cansa a la comunidad— se convierte en una exploración intensa sobre lo que perdemos con el tiempo: nuestras raíces culturales, la armonía con la naturaleza y los lazos humanos que se van diluyendo. Aquí, el humor aparece de forma delicada, como rayos de sol que cortan la niebla, mostrando lo absurdo de nuestras búsquedas diarias de sentido, siempre basado en sentimientos reales y profundos.

El centro de la historia es el espíritu del oso, que va más allá de ser un simple elemento de folclore para convertirse en un símbolo fuerte de lo que se ha perdido y lo que resiste. Con una voz grave y nostálgica, este oso representa el dolor de sentirse fuera de lugar: antes deambulaba por las islas británicas, pero fue extinguido, y ya sólo existe en símbolos, nombres o cuentos. Su forma, una mezcla de elementos universales y cotidianos, con una máscara hecha por ancestros y garras que no parecen propias de la naturaleza, muestra cómo las identidades se rompen poco a poco —bosques talados por el desarrollo, comunidades renombradas y olvidadas, tradiciones desgastadas como costas por las olas constantes—. Sin embargo, en su paso cansado y el golpe de las cacerolas, hay una fuerza que no se rinde: un mensaje de que lo que creemos extinguido sigue vivo en nuestra mente compartida, resonando para revivir los lazos de solidaridad y familia. Es el reflejo de nuestro propio olvido, un espejo del alma humana que vaga perdida en un mundo cambiado por aspas de molinos que cortan el cielo como restos de promesas rotas. Más que un personaje, el oso es el ejemplo de los desplazados, un medio para las ideas de cualquiera que lo vea sobre la fragilidad de la pertenencia, inspiradas en historias de exilios y pérdidas culturales. El golpe de sus utensilios no crea confusión, sino un llamado a reunirse —un ritmo que lucha contra el vacío, empujándonos a ver lo sagrado en lo común—. Al irse, plantea una pregunta clave: ¿qué significa ser recordado en una era que valora más el futuro que el pasado? El oso va más allá de una simple metáfora; une lo real con lo invisible, mostrando cómo las tradiciones, como especies desaparecidas, sobreviven en fragmentos, y nos advierte que la verdadera desaparición no es física, sino la pérdida de los relatos que nos conectan al suelo.



Peter, el chico curioso con su dron zumbando como un ayudante tecnológico, representa el entusiasmo juvenil por capturar lo desconocido, su audacia torpe actúa como un equilibrio amable ante las ideas más serias del filme. Sus interacciones —desairado por periodistas, ignorado mientras come en el templo— traen un humor suave, que resalta la soledad del explorador en un mundo que solo oye lo superficial. Pero al unirse con Ebba, la guardiana de reliquias y dolores que cuida a su hermano, la historia cobra vida real: suben juntos la ladera nublada, y el baile del oso trae de vuelta fantasmas de alegría grupal, pasos que antes unían a muchos y ahora vacilan sólo en la gracia temporal de los tres. La música, un murmullo ligero como cantos del viento, envuelve estos momentos, recordando la conexión básica entre tierra y cielo, mientras las imágenes —amplios paisajes verdes interrumpidos por elementos modernos— dibujan un lamento por lo destruido por el progreso. La secuencia de subida y descubrimiento se siente natural, como si la tierra contara sus secretos, y en los gestos cercanos —desplegar una manta tejida, compartir té, un abrazo que salva la soledad— está el corazón emocional del cortometraje. En este punto, el humor sutil se mezcla con la tristeza: los intentos de Peter por destacar, con la boca llena u ofreciendo videos no pedidos, chocan con la seriedad de Ebba y el oso, mostrando que la gracia viene de nuestra debilidad, de esa brecha entre lo que aspiramos y lo que somos.

Desde una vista más amplia, la pieza explora las consecuencias de borrar cosas: en lo cultural, ambiental y personal. El ruido, revelado como invitación del oso, va más allá de una simple molestia para ser un lamento por asentamientos perdidos, árboles caídos y bailes que juntaban a decenas en las colinas. Es una crítica lírica pero clara al empuje moderno, donde la calma al final no es un triunfo, sino un hueco lleno de sonidos de autos y desamparo. La pureza de Peter contra la aceptación de Ebba dibuja las diferencias entre edades —el vigor joven versus el luto callado de los mayores—. En la mirada abatida del oso, vemos ideas más grandes: el impulso humano por rescatar lo que los años quitan, el alivio en compartir ritmos simples, aunque se desvanezcan. ¿Por qué vuelve esta entidad ahora, con aerogeneradores dominando el horizonte? Indica que nuestras fábulas no se van del todo; quedan como ecos, pidiendo ser oídos entre el ruido mecánico. El filme nos hace pensar en el equilibrio difícil entre novedad y tradición: ¿avanzamos de verdad si perdemos las ataduras con el ecosistema y con los demás? En una realidad donde las redes virtuales reemplazan encuentros reales, el oso representa el anhelo por lo básico, una alerta de que la conexión verdadera no sale de pantallas, sino de danzas al aire libre, de cacerolas golpeadas en ceremonias que superan las épocas. Esto trae ecos en todos los niveles: individual, al forzarnos a examinar nuestras faltas; comunitario, al interpelar cómo preservamos usanzas de minorías o extranjeros; natural, al mostrar cómo la "innovación positiva" como las turbinas irrumpe en parajes limpios; y humano, al subrayar que, sin raíces míticas, perdemos el sentido de unión.



Estéticamente, el cortometraje brilla por su entorno inmersivo, con paisajes nublados en tonos grises y verdes que parecen cuadros vivos, y un audio donde el martilleo metálico se une con pausas llenas de sentido, metiendo al espectador en el enigma. El encuadre angosto da un toque de documento viejo, como si viéramos un recuerdo sacado del polvo, y las tomas amplias de colinas infunden una sensación de eternidad, aunque rota por inserciones actuales que quiebran la paz. Esta forma no es solo decorativa; fortalece el símbolo del oso, poniéndolo como enlace entre lo pasado y lo presente, una presencia cansada que trae esperanza por su sola existencia. Aunque breve, el cortometraje crea una magia única, convirtiendo un rompecabezas raro en un espejo para nuestras confusiones. ¿Qué sacamos de su final, donde la calma llega, pero el desasosiego queda? Que la clave no está en callar el ruido, sino en entender sus lecciones: en un mundo rápido, entidades como el oso nos piden parar, movernos con lo olvidado y tejer de nuevo los nexos colectivos antes de que se pierdan para siempre en la niebla.

A Bear Remembers se queda en la mente, pues su corta duración abre puertas a pensamientos sin fin. Directo y fuerte, nos invita a oír más allá del estrépito, a girar con nuestras sombras y a respetar las entidades que, pese al cansancio, rechazan desaparecer del todo. En su fuerza simple, la obra confirma que el pesar, al unirse con la belleza, abre caminos a las regiones salvajes e inexploradas de nuestro ser. Es una creación que no solo cautiva o conmueve, sino que cambia algo en ti, dejando un eco que te hace repensar tu lugar en el entramado del tiempo y la memoria.

P. D.: ¡Amo la voz de Radie Peat!


REPARTO

Anna Calder-Marshall, Lewis Cornay, Ciarán Hinds, Rhianna Compton, Sarah Bennington, Paul Bassett, Dorian Simpson, Macsen McKay, Andrew Hessayon, Ffion Gwyther, Sofia Knowles, Angharad Parry, Chris Millington-Woods


EQUIPO

Written and Directed by Zhang + Knight

Produced by Medb Riordan, Lexi Kiddo, Hugo Legrand Nathan, Álvaro Priante

Executive Producers - Simon Cooper, Rocco Kopecny

Director of Photography - Christopher Ripley

Production Design - Elizabeth El-Kadhi

Editing - Jack Williams

Music - Jonathon Ng (EDEN)

Sound Design - Tim Burns

Casting - Heather Basten

Costume Design - Emma Jayne Lipton

Bear Costume Design & Creation - Kate McConnell

Choreography - Imogen Knight

An Academy Films Production

With - Birth Productions and Grayskull

In Association with - Akkurat Studios

Unit Production Manager - Lexi Kiddo

Production Coordinator - Mali Davies

Co-Producer - Laetitia Stoffel

1st AD - Jack Meredith

Background Artists - Dawn Miltiadis, Dennis Rose, Ian McLean, Meryl Davies, Yvonne Carter, David Tran, Maria Luisa Meredith

Voice Artists - Boo Miller, Duncan Hess, Mark Morelli

1st Assistant Camera - James Brown

2nd Assistant Camera - Liam Morgan, Owen Edwards

Aerial Director of Photography - Will Richardson

Script Supervisor - Rebs Fisher-Jackson

Sound Recordist - Jordan Twkesbury

Boom Operator - Joel Williams, Archie Shiels

Props Master - Keyan Fardouee

Hair & Make-Up Lead - Madison Garland

Recording Engineer - George Nicol

Score Performed by Radie Peat

Post Production - Time Based Arts

VFX - Leo Weston

VFX Producer - Mia Saunders

VFX Executive Producer - Josh Robinson

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