Reseña | "Spiritum" de Adolfo Margulis
SPIRITUM
SINOPSIS
Ramiro es un joven adicto internado en un centro de rehabilitación. Al principio no logra encajar, pero poco a poco las vivencias en esa clínica y las palabras de los demás internos lo harán ver su realidad.
RESEÑA
Muchos cortometrajes cuentan historias y ya, pero Spiritum hace otra cosa: abre una herida para que el espectador la cure con su mirada. Adolfo Margulis, su director, vuelve hacia el lugar que lo marcó (un centro de rehabilitación donde estuvo internado) y lo hace con la honestidad de quien no busca la piedad, sino la verdad. El resultado es un cortometraje que respira a la par de sus personajes: áspero, incómodo, a ratos hilarante, pero siempre entero.
La primera decisión que define al filme es también la más valiente: rodar en la clínica real, con internos que aceptaron participar y, en muchos casos, sacrificar su anonimato. Esa elección no es un simple atisbo de realismo: estructura todo el tono. No estamos ante una recreación, sino ante una convivencia filmada, una cámara que no se queda en la superficie y que permite que la autenticidad (los gestos, las muletillas, la jerga) se convierta en materia cinematográfica.
El formato de rodaje aporta un tacto físico que convierte la imagen en piel. Maurice Pereda, en la fotografía, y Margulis, en la puesta en escena, consiguen que la textura de la película sea a la vez íntima y documental: estamos viendo desde adentro, como un interno más, pero la mirada no pierde nunca la intención narrativa.
Desde la apertura con la tribuna de Moctezuma hasta el baile final de Ramiro, Spiritum organiza sus momentos clave alrededor de rituales. La tribuna no es sólo confesión: es tribunal, catarsis colectiva y, sobre todo, una prueba de honestidad. Moctezuma pronuncia su nombre y su adicción como quien firma una deuda y, al mismo tiempo, reclama su dignidad. El tono es directo, brutal y, cuando debe serlo, profundamente cómico; el humor funciona aquí como cura y como llave que abre corazones.
El Padrino, figura que equilibra autoridad y empatía, plantea una metáfora sostenida: el cuerpo como conductor de energía. Sus ejercicios son un mecanismo ritual para expulsar aquello que enferma: si te mantienes inmóvil recogerás lo que otros desechan; si te mueves, desprendes lo que te mata. La regla es sencilla, simbólica y con consecuencias dramáticas: moverse, sentir y sufrir para poder empezar de nuevo.
Ramiro (Andrés Delgado) es el eje: joven, rabioso, esquivo. Llegó tras una recaída y se protege con la distancia, la ironía y la impostura de quien cree controlar lo incontrolable. Su evolución no es espectacular ni teatral: es mínimamente épica porque Margulis respeta la lentitud del cambio. La imagen del Ramiro que intenta fumar sin inhalar resume su estado: gestos de adicto que no le pertenecen, medias verdades que antes sirvieron para sobrevivir.
El filme no busca redimirlo con discursos; lo acompaña en la degradación, en los ataques de abstinencia, en los humillantes ejercicios del grupo, hasta ese despertar que no es un clímax exultante sino un gesto de presencia: bailar vendado, permitirse sentir. Esa rendición humilde, torpe, humana, es el verdadero arco de la historia.
La relación entre Ramiro y Pollo (Juan Luis Medina) es el núcleo dramático más complejo. Pollo es bravucón y muy frágil a la vez; su violencia contiene ternura y su ternura pasa por la violencia. Sus diálogos con Ramiro, cargados de burla, de provocación y de ternura escondida, funcionan como pruebas: se golpean, se humillan, se ríen y, de cuando en cuando, se acercan en gestos mínimos (un cigarro compartido, una broma, una palmada). Pollo llega a la tribuna con la crudeza de quien ha repetido el dolor y aún así se mira a la cara. Sus palabras finales: “Me he pasado de verga hasta conmigo mismo” duelen por su sinceridad.
Pollo marcha, la cama queda vacía, la ausencia explica más que todas las palabras. La posibilidad de que algunos se salven y otros no atraviesa al filme como una pregunta sin respuesta.
La película está llena de “carrilla”: insultos rituales que suenan como abrazos; cantos que humillan para luego reconstruir; chistes que amortiguan golpes. Ese lenguaje es parte del mundo: “de buena voluntad”, “tablas”, las coreografías de bienvenida, los cantos que cruzan humillación y aceptación. Margulis filma esa jerga con cariño y sin exotizarla; la comprende y la muestra como lo que es: una manera de nombrar el dolor para hacerlo soportable.
El trabajo de sonido es clave: tanto en los sonidos intrusivos como en el rap en el partido de fútbol que se burla del frenesí de la adicción, la respiración colectiva en las sesiones y hasta el zumbido de las lámparas incandescentes. Francisco Gómez Guevara y Laure Domsan hacen del sonido un narrador más: no sólo ambientan, sino que cuentan estados interiores. Las composiciones musicales, intercaladas con piezas diegéticas, hacen que el oído sea tan decisivo como la mirada.
La frase con Jung (“Spiritus contra Spiritum”) no es una cita decorativa: pone en claro el conflicto ontológico del film. Spiritus, el aliento que eleva, y spiritum, el veneno que corrompe. Todo el metraje juega ahí: la posibilidad de elevación existe, pero siempre en confrontación con la sustancia que despoja. El filme no propone soluciones teóricas; muestra la práctica: tribuna, trabajo manual, baile, trabajo comunitario. Es un enfoque que privilegia la reparación tangible sobre la retórica.
Margulis y Pereda componen secuencias que se pegan: la tribuna inicial con Moctezuma y su confesión; la convulsión de Ramiro con la chancla en la boca (una escena que sacude por su proximidad física y su crudeza); las labores entre nopales; el perro que persigue a Ramiro en el campo vacío, imagen que condensa el miedo y la persecución interna; y, por último, Ramiro bailando vendado: liberación contenida, un movimiento imperfecto pero auténtico.
Margulis no filma desde afuera, filma desde su historia. Volver a la clínica con la cámara fue un acto de agradecimiento a quienes le ayudaron. Esa responsabilidad ética permea el filme: no hay voyerismo, hay deuda y reconocimiento. Y esa actitud se siente en la pantalla: el filme respeta a sus personajes y evita cualquier compasión condescendiente.
Spiritum no va a explicar cómo curar la epidemia de drogas ni a proponer políticas públicas. Su ambición es otra: mostrar la experiencia humana en su complejidad. Deja planteadas preguntas que resuenan: "¿qué hace que algunos se salven y otros no?", "¿cómo opera la masculinidad en los procesos de cura?", "¿puede la comunidad revertir la espiral autodestructiva?" Margulis prefiere mostrar y confiar en que las imágenes y las voces planteen las preguntas al espectador.
Spiritum es un cortometraje que duele en el pecho y remueve. Tiene el temple de la honestidad y la humildad de quien regresa a filmar lo que lo marcó. Es una pieza que conjuga cine de autor y testimonio, una obra que respeta el material humano y no lo reduce a eslogan. La cámara en 35mm y la presencia de internos reales lo vuelven visceral; la dirección de actores y el diseño sonoro, junto con la partitura y la música diegética, elevan la experiencia a una catarsis contenida.
Mi recomendación es verlo con atención y sin prisas. Es una historia breve, pero de rastro largo: imágenes que regresan, frases que lastiman, momentos de ternura inesperada y una sensación persistente de que el cine puede acercarse a la verdad sin traicionarla.
ELENCO
Andrés Delgado, Noé Hernández Álvarez, Juan Luis Medina, Rodrigo Virago
EQUIPO
Dirección: Adolfo Margulis
Guion: Adolfo Margulis, Penélope Alfeirán
Dirección de Fotografía: Maurice Pereda
Música Original: Eugenio Casillas, Joshua Alos
Producción: Alejandra Ruiz Díaz
Directora de Casting: Miriam Blanco
Gerente de Producción: Carlos Arnaus Martín
Coordinadora de Producción: Tomasa Vázquez Áviles
Asistente de Dirección: Diego Padilla
1er. Asistente de Fotografía: Feliciano Bermúdez (Félix)
2do. Asistente de Fotografía: Andrés Herrera
Dirección de Sonido: Francisco Gómez Guevara
Sonido Directo: Laure Domsan, Efraín Ortiz
Diseño de Producción: Farid Evangelista
Asistentes de Producción: Farid Evangelista, Carlos Uribe
Entrenador Canino Profesional: José Pablo López
Coordinador de Combate: Francisco Ramírez
Talent Manager: Raúl Simancas
Gaffer: José Luis García Corona
Staff: José Luis Calixto Valverde Cedillo
Transportación: Julio Casas
Alimentación: DIF Tizayuca, Las Yolas
Edición: Adolfo Margulis
Corrección de Color: Maurice Pereda
Scan 2K: Terminal Films
Operador de Scanner: Javier Rivera
Manejo de Material: Joakim Ziegler
Diseño de Poster: Alejandro Galván
Diseño Sonoro: Francisco Gómez Guevara, Adolfo Margulis
Compañía Productora: Centro de Capacitación Cinematográfica, A.C.





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