Reseña | "Butterfly on a Wheel" de Trevor Morris
BUTTERFLY ON A WHEEL
SINOPSIS
Ambientada en el vibrante y urbano paisaje de Toronto, Butterfly on a Wheel sigue a Jacen Davis, un joven y talentoso músico que lucha por sobrellevar la vida cotidiana debido a su TOC y su ansiedad. Estudiando jazz en el prestigioso Royal Conservatory of Music, Jacen sueña con algún día vencer sus miedos y actuar ante un público en vivo en el célebre Koerner Hall. Una tarde, mientras toca solo, un encuentro casual con su compañera de estudios Sorrel pone en marcha un viaje transformador que cambiará la percepción que Jacen tiene del mundo que lo rodea y que, con el apoyo de su hermano Dylan, le permitirá redescubrir su yo más auténtico.
RESEÑA
Butterfly on a Wheel, desde el título, ya nos remite a su exploración poética de la existencia; es del tipo de cortometrajes que funcionan como poemas: no cuentan toda una vida, sino que destilan un instante de revelación tan puro que resuena más que muchas películas de dos horas. El filme es el debut como director del compositor Trevor Morris, y en apenas 36 minutos construye una meditación estilizada, casi milimétricamente, sobre la existencia misma: qué significa habitar un cerebro que no para, cómo se negocia la autenticidad en un mundo que exige rendir constantemente y por qué la vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, es la única vía posible hacia la libertad.
Jacen Davis (Curran Walters), estudiante de jazz en la Royal Conservatory of Music de Toronto, vive exactamente eso. Su mente es la rueda: un engranaje obsesivo-compulsivo que tritura cualquier intento de espontaneidad. Contar, alinear, repetir, medicarse, colgar camisas idénticas del mismo color: el ritual como cárcel y, paradójicamente, como refugio.
Morris, que firma aquí su primer guion y dirección, no cae en la trampa del “drama de enfermedad mental” sensacionalista. En su lugar opta por una aproximación fenomenológica: nos mete dentro de la percepción alterada de Jacen. El diseño sonoro es aquí el verdadero protagonista. Los ruidos de la calle se vuelven cuchillas, el metro retumba como un corazón desbocado, el tintineo de los cubiertos en la cita con Sorrel (Brielle Robillard) se amplifica hasta lo insoportable. Morris ha confesado que parte de ese paisaje auditivo es literalmente cómo él mismo escucha el mundo cuando su OCD se dispara. El resultado es una inmersión que no explica la enfermedad: la hace sentir en la piel.
Desde el primer fotograma Morris rompe la convención de la diégesis neutra. No escuchamos Toronto tal como es; escuchamos Toronto tal como lo percibe Jacen cuando su OCD y su ansiedad están activados. Eso significa que los graves del metro de la TTC se vuelven un latido cardíaco desbocado, distorsionado, con resonancias subarmónicas que parecen provenir del interior del pecho; que el roce de la ropa, el tintineo de las llaves, el crujido de la madera del suelo se amplifican hasta niveles hiperrealistas, casi dolorosos; que el tráfico lejano se filtra como un zumbido de insecto atrapado dentro del cráneo, o que las voces humanas aparecen lejanas, envueltas en una ligera reverberación que las hace irreales, como si llegaran a través de un cristal.
Este enfoque no es nuevo, pero aquí alcanza una precisión quirúrgica porque está basado en la vivencia real del propio director. Morris ha confesado que cuando su OCD se dispara, el mundo se le vuelve literalmente más ruidoso y más afilado. En consecuencia, el diseño sonoro de Butterfly on a Wheel no es un “efecto especial”: es un documental de la percepción.
Visualmente, el filme es puro rigor estético. La fotografía de Scott McClellan baña Toronto de una luz otoñal, casi melancólica, que convierte la ciudad en un personaje más: la TTC, los pasillos del conservatorio, la majestuosidad casi sagrada de un Koerner Hall vacío. Hay un plano inolvidable: Jacen sentado en la platea, mirando el piano solitario en el escenario como quien contempla lo inalcanzable. Es un plano que contiene toda la tesis de la película: el talento está ahí, pero entre él y su expresión se interpone siempre el yo terrorífico.
Curran Walters entrega una interpretación de contención brutal. No “actúa” el OCD: lo encarna en microgestos, en la respiración que se entrecorta, en la forma en que sus dedos buscan patrones invisibles cuando el mundo se le viene encima. Es un trabajo de fragilidad magnética que recuerda a Ryan Gosling en Half Nelson o al Joaquin Phoenix de Her: intensidad contenida que estalla sin previo aviso. El momento de la cita, cuando Sorrel pregunta inocentemente “¿por qué no tocas para otros?” y Jacen explota con un “¡NO HAY NADA MALO EN MÍ!” que es puro dolor defensivo, es de una verdad que corta el aliento.
El cortometraje no pretende resolver nada. No hay cura mágica ni final de redención hollywoodense. Hay, sí, un gesto: Jacen sube al escenario, toca, y por un instante la rueda se detiene. No porque la ansiedad desaparezca, sino porque aprende a tocar con ella. El piano se convierte en el espacio donde la diferencia deja de ser estigma y se vuelve superpoder. “What makes you different is your superpower”, dice el texto final, y por primera vez no suena a frase de autoayuda barata, sino a constatación dura y hermosa.
Es cierto que el formato corto obliga a ciertas elipsis. La relación con Sorrel queda apenas esbozada (aunque la química entre Walters y Robillard es palpable) y el personaje del hermano Dylan (Michael Provost) funciona más como catalizador que como figura plenamente desarrollada. Ese el precio (y también la virtud) de la condensación poética.
Butterfly on a Wheel no es solo una de las mejores óperas primas canadienses del año; es una pieza de filosofía filmada. En la era de la hiperconexión, Morris nos recuerda que todos estamos, en mayor o menor medida, atrapados en nuestra propia rueda. Y que el acto de creación auténtica siempre implica el riesgo de rompernos un poco. Solo así, al exponer la grieta, la luz entra.
Quienes conozcan la obra de Morris como compositor reconocerán ecos de sus bandas sonoras más introspectivas, pero aquí está todo destilado hasta la esencia. Porque no es ficción especulativa: es la transubstanciación de una experiencia vivida en ondas sonoras.
Butterfly on a Wheel es un cortometraje que podría proyectarse sin imágenes y seguiría siendo una obra maestra del diseño sonoro. En 36 minutos Trevor Morris logra lo que muchos directores no consiguen en toda una filmografía: convertir la ansiedad en música, el trastorno en sinfonía y el miedo en una frecuencia que podemos sentir físicamente en el pecho.
Es, en definitiva, un acto de alquimia sonora: toma el ruido ensordecedor de una mente rota y lo transmuta en la melodía más pura que puede producir un ser humano cuando por fin se permite ser él mismo.
REPARTO
Curran Walters, Michael Provost, Brielle Robillard, Deanna Mae Lloyd, Kole Parks
EQUIPO
Writer, Director, Composer | Trevor Morris
Executive Producer | Susan Cooper
Executive Producer | Jim Seibel
Co-Producer | Isaias Garcia
Editor | Isaias Garcia
Executive Producer | Sade Katarina
Executive Producer | John Rakich
Co-Executive Producer | Eric Birnberg
Co-Executive Producer | Thomas Walden
Supervising Producer | Thomas Vencelides
Line Producer | Jennifer Haufler
Production Manager | Justin Kelly
Co-Producer / BTS | Scott Drucker
Casting | Rick Montgomery
Director of Photography | Scott McClellan, CSC
Camera | James Poremba
Assistant Director | Patrick Hagarty
Sound | Rob Beal
Production Design | Claudia Dall’Orso
Costume Design | Marie-Elyse McGuire
Hair Stylist | Tamara Harrod
Makeup Artist | Andrea Heldman
Colorist | Dave Muscat
Re-recording Mixer | Martin Lee
Re-recording Mixer | Graham Rogers




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