Reseña | "Just the Usual (Bare det Sædvanlige)" de Nanna Tange


JUST THE USUAL

BARE DET SÆDVANLIGE




SINOPSIS

Conocemos a Ole Benny, un peluquero de la vieja escuela y profundamente apasionado. Está a punto de despedirse de su oficio, de su identidad, del sentido de su vida. A lo largo de su último día de trabajo, Ole Benny atraviesa la soledad, las decepciones, un gran orgullo y una dedicación inmensa.


RESEÑA

Just the Usual (Bare det Sædvanlige). Veintisiete minutos de luz dorada y de una ternura que conmueve, pero que llena al corazón de melancolía. Nanna Tange no nos presenta a un anciano derrotado, sino a un hombre que aún se levanta con la misma elegancia con la que se ponía la bata hace cuarenta años. Ole Benny no arrastra los pies; camina erguido, con el porte de quien sabe exactamente quién es. La luz que inunda su barbería es cálida, casi miel, como si el sol mismo hubiera decidido quedarse un rato más dentro antes de marcharse para siempre. Los espejos devuelven la imagen de un hombre pulcro, delgado, con el pelo perfectamente peinado y una sonrisa que no conoce cómo apagarse, pase lo que pase.

Entra a las nueve en punto y enciende las luces con un gesto que parece un saludo. Se quita el abrigo, se pone la bata blanca como quien se viste para una ceremonia que solo él conoce. Prepara el café con tres cucharadas exactas (ni una más, ni una menos) porque así se ha hecho siempre y porque así se seguirá haciendo mientras él esté aquí. Saca el kringle con sus banderitas danesas y lo coloca en el plato como quien prepara una pequeña fiesta íntima. Hoy es un día especial y él lo sabe, pero no lo lleva como una carga: lo lleva como un regalo que está deseando entregar a los demás.



Limpia los espejos que ya de por sí brillan, ordena las tijeras que ya están en su sitio, coloca los periódicos con la misma delicadeza con la que colocaría una flor en un arreglo. Todo es ritual, todo es amor. Enciende la radio y suena una melodía antigua que le hace mover apenas los hombros, como si bailara sin moverse del sitio. Se mira al espejo, se acomoda el pelo, sonríe; no hay amargura: hay un orgullo profundo por lo que hace.

Llega Carlsen y Ole Benny se ilumina. Corre a abrirle la puerta con la alegría contenida de quien ha estado esperando este momento desde primera hora. “Un placer, como siempre”. Le quita el sombrero, el bastón, el abrigo. Le ofrece café, licor, el dulce prohibido. Quiere que sea un día distinto, quiere compartir la celebración. Carlsen lo rechaza todo con su habitual sequedad, “sólo lo habitual”.

Sólo lo habitual”.

La frase es el leitmotiv y es también sentencia de muerte. Cada vez que alguien la pronuncia se está diciendo: no quiero nada nuevo, nada especial, no quiero nada que implique mirarte a los ojos más allá de lo estrictamente necesario. “Sólo lo habitual” es la fórmula mágica con la que la sociedad contemporánea despide, sin ruido y sin culpa, todo lo que una vez fue artesanal, cuidado a mano... inyectado de pasión.



Pero Ole Benny no se apaga. Él no es un anciano encorvado ni un mártir. Sonríe, asiente, sigue hablando con esa voz suave y educada que nunca alza el tono. Corta el pelo con una concentración que parece oración: cada tijeretazo es preciso, cada pincelada de brocha sobre los hombros de Carlsen es caricia. Cuando termina, el cliente está perfecto. Ole Benny lo sabe, pero ya no importa. El cliente se va sin mirar atrás.

Después viene el silencio... la noticia de que Lauritz Nielsen ha muerto. El golpe llega, claro que llega, pero Ole Benny lo encaja con la misma compostura con la que encajó los gruñidos de Carlsen. Pide la corona fúnebre con voz serena, “lo de siempre, pero en morado esta vez, por favor”, y tacha el nombre de la agenda sin dramatismo. Según mi interpretación, he aquí la gran diferencia que existe entre Ole Benny y otras personas: comienza pidiendo lo de siempre, pero le agrega su toque personal, su identidad y entrega a una corona fúnebre. Ole Benny no es “lo de siempre”. Él y su barbería son especiales.

Uno a uno, los clientes de toda la vida han ido desapareciendo. Algunos probablemente murieron de viejos, otros quizá simplemente cruzaron la calle hacia los nuevos locales con nombres en inglés. A lo verdaderamente usual. Ole Benny come su sándwich con cuchillo y tenedor, mirando los recortes amarillentos de sus aniversarios en la pared: 25, 40 años... Sonríe con una nostalgia dulce, pero levemente amarga.

Y entonces ocurre lo más desgarrador del cortometraje: Ole Benny decide que la fiesta se celebra igual. Se sienta en su propia silla, se sirve el aquavit que nadie tomó, brinda con su reflejo. “Felicitaciones, Ole Benny”. Lo dice con una alegría sincera, sin ironía. Se felicita a sí mismo porque alguien tiene que hacerlo. Baila solo por el local, con pasos antiguos y elegantes, al compás de una canción. No hay autocompasión; hay agradecimiento. Cuarenta y dos años y 147 días cuidando cabezas ajenas merecen un vals, aunque sea en solitario.

Cuando llega el repartidor con los muebles chillones de “Cut 4 Life”, Ole Benny lo recibe con la misma cortesía que dispensó a Carlsen. Firma con el dedo en la pantalla, torpe pero sonriente, y le desea buena tarde. Cierra la puerta, quita el cartel de “Abierto” con calma, como quien se quita un uniforme después de una larga jornada bien hecha. Sin embargo, aunque para el repartidor es sólo una entrega, para Ole Benny es la lápida que le colocan en vida, es una broma cruel.



La mosca se posa por fin en el kringle. Ole Benny toma el cartel, lo acerca y, desde el punto de vista del insecto, lo baja con un gesto rápido, como un latigazo. “El fin”, dice en voz baja, y se escucha el golpe seco. Negro. El reloj sigue sonando, pero ahora suena a paz.

No es un final feliz: es un final digno. Ole Benny no se rinde a la tristeza, pero tampoco se engaña: sabe perfectamente que lo han condenado a muerte por obsolescencia. Los clientes no dejaron de venir porque él hiciera mal su trabajo; dejaron de venir porque el mundo decidió que ya no necesita lo que él ofrecía. “Sólo lo habitual” se ha convertido en la frase con la que enterramos todo lo que alguna vez fue extraordinario.

Al llegar los créditos queda una sensación muy rara: admiración, pero también mucha rabia. Admiración por ese hombre que ve los pequeños detalles donde otros no ven nada, y rabia porque sabemos que mañana, en algún lugar, otro Ole Benny estará encendiendo las luces de su pequeño templo sabiendo que nadie va a cruzar la puerta. El talento y la pasión son quietamente suplantados por la mediocridad y la homogeneidad aburrida de lo usual.

Nanna Tange no grabó Just the Usual como un gesto de consuelo, sino como una obra que nos obliga a mirar de frente la desaparición silenciosa de la pasión. Y lo hace con tanto dominio del cortometraje que duele el doble, porque en apenas unos minutos expone lo que llevamos años normalizando: un mundo que ya no premia el trabajo bien hecho, sino que lo castiga con indiferencia. Hoy ser “usual” es la moneda de cambio más segura. Ser igual garantiza likes instantáneos, algoritmos complacidos, una audiencia que no necesita esforzarse por entenderte. La excelencia, en cambio, se ha vuelto sospechosa: requiere tiempo, atención, un silencio incómodo.

Los apasionados... esos que pulen cada plano, cada palabra, cada nota hasta que destila autenticidad, suelen terminar hablando solos. Merecerían filas interminables de clientes, timelines llenos de admiradores, bandejas de entrada que se desbordan de gratitud; y en su lugar reciben el eco de su propio esfuerzo.

Por eso este corto duele: porque nos recuerda que la mediocridad colectiva no es un accidente ni un fenómeno, es una elección nuestra. Elegimos lo fácil, lo rápido, lo que no nos confronta. Y mientras tanto, los que se niegan a ser “just the usual”, como Ole Benny van desapareciendo sin ruido, como si nunca hubieran existido.



Así que detengámonos. Miremos de verdad. Escuchemos los detalles que Nanna Tange cuida con obsesión: el cambio apenas perceptible en una voz, el encuadre que parece casual pero está calculado al milímetro, el silencio que pesa más que cualquier sonido. Esos detalles son la última resistencia. Son la prueba de que todavía hay gente que prefiere romperse las manos haciendo algo único a dormirse fabricando lo mismo de siempre.

Todos merecemos que alguien, al menos una vez, se tome la molestia de notar que no somos usuales. Si hoy le dedicamos veintisiete minutos a Just the Usual y nos quedamos pensando media hora más, ya habremos hecho algo revolucionario: habremos elegido mirar donde casi nadie mira. Y quizá, eso sea suficiente para que mañana uno menos tenga que desaparecer en silencio.


REPARTO

Søren Sætter-Lassen, Søren Thomsen, Petrine Agger, Daniel Mierzwinski, Casper Kjær Jensen, Jytte Kvinesdal


EQUIPO

Script & Direction – Nanna Tange

Director of Photography – Jens-Jakob Thorsen, DFF

Producers – Hanne Bruun, Kim Magnusson

Editor – Christophe Dolcerocca

Production Designer & Art Director – Line Hvid-Jacobsen

Props Master – Alberte Wanting

Props Assistant – Marianne Jensen

Carpenter – Henrik Lund

Sound Design & Mix – Johan Assing Høyer

Music – Asger Baden & Peder

Sound Recordist – Peter Thornemann, Nick Juul Palsdorf

Gaffer – Viggo Grumme

Best Boy / Lighting Assistant – Andreas Emme

B-Camera Operator – Neffi Kristensen

Costume Designer – Quinee Balsov

Make-up & Hair – Naja Jensen

Colourist – Sam Gilling

Color Coordinator – Sophie Anne Reynolds

VFX – Henrik Vinther

Location Manager – Tobias Kampmann

Production Coordinator – Rose Kristine Jereminsen

Producer’s Assistant – Freja Trimarco

Production Assistant – Anne Mie Bak Andersen

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