Reseña | "Majonezë" de Giulia Grandinetti


MAJONEZË


SINOPSIS

Ersekë, Albania.

Elyria vive con su familia siguiendo las estrictas reglas impuestas por su padre, ocultando su ira con obediencia. Un poderoso deseo de rebelión crece en ella día a día, lo que la llevará a realizar un acto de revolución amargo pero necesario.


RESEÑA

En el paisaje nevado y suspendido de Ersekë, un rincón albanés donde la tradición se entreteje con el aislamiento rural, Majonezë de Giulia Grandinetti emerge como una reflexión sobre los opuestos que definen la existencia humana bajo el yugo del patriarcado. Aquí, la protagonista Elyria habita un mundo de contrastes irreconciliables: el blanco y negro de un invierno opresivo que separa al hombre de la mujer, lo antiguo de lo nuevo, el interior familiar de la vastedad y la libertad exteriores... En sociedades balcánicas marcadas por herencias poscomunistas y divisiones étnicas entre albaneses y serbios, este cortometraje ilustra cómo el patriarcado no es mero dominio masculino, sino un sistema de restricciones normalizadas que constriñe tanto a hombres como a mujeres, internalizando hábitos que perpetúan la alienación colectiva. Elyria, pastora en un entorno donde la nieve borra cualquier rastro de individualidad, encarna esta tensión: su obediencia filial oculta una rabia que crece, revelando que la opresión no solo subyuga cuerpos, sino que moldea identidades enteras en contextos donde el género y la etnia dictan roles inamovibles.



La narrativa se despliega como un desplazamiento poético, un desvío que permite iluminar el presente a través de un velo temporal ambiguo, donde lo cotidiano se convierte en catalizador de transformación. Elyria, atrapada entre un padre que impone un matrimonio arreglado y un amante serbio cuya pasión revela otra forma de posesión, navega un laberinto de fuerzas opuestas: el conflicto lingüístico que impide la comprensión mutua simboliza barreras culturales más profundas, mientras rituales familiares —como el escupitajo colectivo en su plato como castigo por un gesto de rebeldía— exponen la absurdidad de dinámicas que convierten el hogar en un espacio de control ritualizado. Estos gestos, aparentemente insignificantes, cuestionan filosóficamente el origen del cambio: ¿surge la revolución de rupturas grandiosas, o de actos minúsculos que desafían lo establecido? El deseo de Elyria por algo tan universal como una salsa para acompañar unas papas fritas se erige como un derecho negado, un punto de partida para subvertir las dicotomías que aprisionan. En un contexto social donde las mujeres luchan por emancipación tras siglos de conquistas parciales, y los hombres también necesitan reflexionar sobre su rol en este sistema, el film sugiere que la verdadera liberación comienza reclamando lo pequeño, transformando un simple susurro en un grito de coraje que resuena más allá de la pantalla.



Visual y simbólicamente, el blanco y negro opresivo da paso a irrupciones doradas —el vapor de una central nuclear, un árbol tiñéndose de oro en el clímax— que proponen una ontología de la transformación: el dorado, como material que encapsula luz y sombra, implica que la libertad no es un estado puro, sino un proceso híbrido, donde el pasado contamina el futuro. Elyria huye abandonando tanto a su familia como a su amante, quedándose sin gasolina en una carretera deolada, para terminar en un bar gritando por esa salsa que representa un deseo universal, accesible en cualquier rincón del mundo. Este culminar en lágrimas ambiguas, mezclando llanto y risa mientras come, plantea una paradoja existencial: en un universo de opuestos, la emancipación es agridulce, un equilibrio precario entre la soledad y la autonomía. El cortometraje, al fusionar ritmos suspendidos con momentos interrumpidos, invita a considerar el cine como un acto antropológico, capaz de sensibilizar sobre problemáticas globales al desplazar el punto de vista, revelando que las restricciones patriarcales, normalizadas en culturas rurales, afectan a todos y requieren una reflexión compartida para desmantelarse de una vez y para siempre.

Igual de importante es la potencia técnica de Majonezë, que eleva su narrativa a un plano de intensidad visceral, donde cada elemento se alinea para amplificar el conflicto interno y externo de Elyria. La fotografía de Ilya Sapeha, en un blanco y negro crudo que evoca la severidad de un invierno albanés, construye un contraste austero que enmarca la opresión patriarcal, roto solo por destellos dorados que irrumpen como metáforas de liberación, capturando tanto la claustrofobia del hogar como la vastedad desolada de Ersekë. La banda sonora, austera pero estratégica, irrumpe en momentos clave con acordes que resuenan como ecos de la rabia contenida, subrayando la tensión sin sobrecargar la escena. Las actuaciones son el corazón del filme: Caterina Bagnulo, como Elyria, transmite una humanidad desgarradora, pasando de la sumisión contenida a estallidos de rebeldía con una mirada que habla más que las palabras; Alessandro Egger, como Goran, imbuye al amante serbio de una ambigüedad magnética, oscilando entre pasión y posesividad con gestos que destilan vulnerabilidad rota; y el padre, encarnado con una autoridad gélida y brutal, domina cada cuadro con una presencia que convierte cada orden en un acto de violencia implícita. Juntos, estos tres intérpretes se roban el filme, tejiendo una tríada de poder, deseo y resistencia que hace de Majonezë un retrato inolvidable de la lucha por la autonomía.



Majonezë trasciende su forma breve para ofrecer una visión filosófica del ser humano como entidad en perpetua dialéctica con sus confines sociales. La trayectoria de Elyria, de la sumisión reprimida a la afirmación de un deseo cotidiano, nos confronta con la esperanza de que, ante un mundo de grises entre blancos y negros, el coraje para cambiar emerja de lo más humilde: un reclamo que, al repetirse, podría inspirar revoluciones colectivas, recordándonos que la libertad se construye paso a paso, desde el acto más simple hasta la transformación dorada de lo posible.


REPARTO

Caterina Bagnulo

Alessandro Egger

Julian Jashar

Sean Cubito

Anila Çyçllari

Dhimiter Janko

Marlon Kasko

Maily Kasko

Alban Shallas

Refat Sade

Xhevrie Sade

Marjana Peshtani

Kejdi Gishto

Rinalt Kasko

Florenc Prodani


EQUIPO

Director: Giulia Grandinetti

​Production: Lupin Film

Producers: Riccardo Neri, Vincenzo Filippo, Giulia Grandinetti

Associated Producers: Natasha Markou (London Production Studios), Parisa Ghasemi, Ashkan Nematian (Close Film)

Writer: Giulia Grandinetti

Cinematographer: Ilya Sapeha

Editor: Niccolò Notario 

Production Designer: Valeria Polieri

Set Dresser: Martina Mele

Costume Designer: Martina Latorre

Make-up and Hair Stylist: Irene del Brocco

Production Manager: Sara Schiavone

First Assistant Director: Francesco Pascucci

Production Sound Mixers: Valerio Tedone, Leonardo Giambi

Sound Editor: Alessandro Fusaroli, Riccardo Marsana

Music: Mario Russo

Re-recording Mixer: Bernard Bursill Hall

Vfx Artist: Edoardo Tedone

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