Reseña | "The Last Harvest" de Nuno Boaventura Miranda
THE LAST HARVEST
A ÚLTIMA COLHEITA
SINOPSIS
El joven Gabriel está angustiado por sueños recurrentes sobre su padre, mientras Isabel lucha por criarlo sola. Sus vidas se entrelazan con la de Firmino, un anciano agricultor caboverdiano, despojado de su jardín en la expansión urbana de Lisboa.
RESEÑA
En el umbral donde los recuerdos se entrelazan con los sueños y la realidad se disuelve en la bruma de la nostalgia, The Last Harvest, el debut en ficción experimental del cineasta caboverdiano Nuno Boaventura Miranda, se alza como una elegía visual que respira con la cadencia de un poema susurrado. Ambientado en los márgenes de la Gran Lisboa, en el deteriorado proyecto de vivienda social de Reboleira, el cortometraje sigue las vidas entrelazadas de tres personajes —Gabriel, un niño de 13 años; Isabel, su madre soltera; y Firmino, un hombre desarraigado— mientras navegan la diáspora caboverdiana, atrapados en un estado liminal entre la pertenencia y la alienación. Dividido en partes, cada una un destello en la vida de estos personajes, el filme explora las tensiones entre lo rural y lo urbano, la paz y la violencia, el amor y el abandono, tejiendo un tapiz introspectivo que no solo narra, sino que invita a sentir el peso de la memoria y la búsqueda de identidad en un mundo que, para los inmigrantes africanos, se muestra frío y desprovisto de empatía. Con una alternancia entre blanco y negro y colores vibrantes, The Last Harvest no es solo una historia; es un portal sensorial que nos desafía a inferir las profundas implicaciones de lo que significa recordar, resistir y existir en las grietas de una ciudad en ruinas.
El cortometraje se inaugura con una cita de Manuel Lopes: “El mundo no es más grande que la pupila de tus ojos, tiene la grandeza de tu inquietud y de tus rebeldías”. Esta declaración establece el tono de la obra: el universo interior de los personajes es tan vasto como su desasosiego, y sus rebeliones silenciosas contra la pérdida son el latido que impulsa la narrativa. Desde los primeros fotogramas, donde un tambor tocado por Gabriel resuena, el filme nos sumerge en un mundo donde cada sonido, cada imagen —montañas al amanecer, maizales solitarios, olas rompiendo contra la orilla— actúa como un eco de la memoria caboverdiana. La alternancia entre el blanco y negro del presente y los colores vivos de los sueños o recuerdos no es un mero recurso estilístico; es una metáfora de la dualidad entre la aridez de la vida actual y la calidez de un pasado que se desvanece, pero que persiste como un refugio frágil.
La historia de Gabriel, un niño que vive en la tenue esperanza de que su padre regrese, es el hilo conductor que une las partes del cortometraje. Su pregunta recurrente —“¿Qué pasa cuando se te olvida la cara de tu padre?”— no es solo un lamento infantil, sino una interrogante existencial que resuena como un tambor en el corazón de la narrativa. Gabriel, con su mirada melancólica en los trenes de Lisboa, jugando con piedras o recostado en un maizal junto a una amiga, encarna la inocencia de quien teme perder su propia identidad al olvidar a su padre. Sus interacciones con Firmino, un hombre que ha perdido su jardín —su “portal” a Cabo Verde— a manos de un supermercado, revelan una conexión intergeneracional marcada por la pérdida. Firmino, con su voz cargada de resignación, confiesa: “Todo lo que tengo ahora son recuerdos… día y noche, vida y muerte, soñar… no soñar”. Sus palabras, acompañadas por imágenes de un burro pastando o un árbol solitario bajo un cielo púrpura, infieren el alcance de la diáspora: la migración no solo despoja de tierra, sino de la conexión con un hogar que solo sobrevive en la memoria. Cuando Firmino explica a Gabriel el término “coroa” —limpiar maleza para fortalecer el maíz—, la metáfora se vuelve clara: ambos buscan desentrañar las malezas de su pasado para preservar lo que los define, aunque el mundo urbano los empuje hacia la alienación.
Isabel, la madre de Gabriel, completa este tríptico con una presencia que destila fortaleza y vulnerabilidad. Trabajando en una exposición artística titulada “Recuerdos Sensoriales de la Isla”, barriendo suelos y quitando chicles junto a una compañera mayor, Isabel lleva el peso de criar a un hijo que ve en cada hombre la sombra de su padre ausente. Sus rituales cotidianos —fumar en el balcón, cuidar sus plantas, rezar frente a un altar con figuras religiosas— son actos de resistencia que la anclan a su herencia caboverdiana, incluso mientras lucha por llegar a fin de mes. Su preocupación por Gabriel, expresada en conversaciones con su compañera —“Sigue soñando con él, pero ya casi no lo recuerda bien”—, infiere la carga del abandono no solo como una pérdida personal, sino como un trauma que reverbera en la comunidad. La compañera, al observar una exhibición de danzas afros, se pierde en su propia nostalgia, un recordatorio de que la memoria colectiva de la isla persiste, incluso en los márgenes de una Lisboa indiferente.
El poder de The Last Harvest radica en su capacidad para decir mucho con poco. Cada imagen —la ropa colgada en un balcón, el humo de un cigarrillo, la textura de una mazorca desgranada— es un disparador sensorial que conecta a los personajes con su pasado. El score envuelve la narrativa en una atmósfera melancólica que amplifica la introspección, mientras los silencios, tan elocuentes como las palabras, invitan al espectador a llenar los vacíos con sus propias emociones. La estructura fragmentada refleja la naturaleza discontinua de la memoria misma: no es lineal, sino un mosaico de instantes que se acumulan para formar una identidad. Las imágenes a color —montañas rosadas, maizales vibrantes, manos entrelazadas— evocan sueños o recuerdos idealizados, mientras el blanco y negro ancla la narrativa en la crudeza del presente, donde la lluvia y los truenos subrayan la soledad de personajes como Firmino, quien, sentado bajo un aguacero, llora la pérdida de su última cosecha.
Las implicaciones del cortometraje trascienden las historias individuales de Gabriel, Isabel y Firmino, tocando verdades universales sobre la diáspora y la identidad. Para Gabriel, olvidar la cara de su padre es perder el ancla de su ser; para Isabel, sostener a su familia es un acto de amor que bordea el sacrificio; para Firmino, la pérdida de su jardín es la pérdida de un portal a Cabo Verde, un recordatorio de que la modernidad urbana devora las raíces rurales. Estas narrativas convergen en un retrato intergeneracional de la comunidad caboverdiana en Lisboa, donde la lucha por la pertenencia se libra en los márgenes de una ciudad que es gigante, fría y desprovista de empatía para los inmigrantes africanos. El cortometraje infiere cómo la migración fractura no solo los cuerpos, sino las almas, dejando a sus personajes en un umbral de múltiples identidades: ni completamente caboverdianos ni plenamente lisboetas, atrapados en un espacio donde la memoria es tanto un refugio como una carga. La frase final de Sérgio Frusoni —“Allí donde tuve un huerto, hoy es solo una puerta al mundo de tu otra edad, tus recuerdos te esperan. Ve a mi alma, ve a matar la nostalgia”—, traducida al español, encapsula esta dualidad: el jardín perdido es una puerta al pasado, pero los recuerdos, aunque vivos, no siempre pueden calmar la añoranza.
La honestidad de The Last Harvest radica en su negativa a ofrecer resoluciones fáciles. No hay reconciliaciones grandiosas ni respuestas definitivas; en cambio, el filme deja que las preguntas de sus personajes —sobre la memoria, la pertenencia y el abandono— floten como nubes en un cielo tormentoso. Esta ambigüedad es su mayor fortaleza: al no explicar, sino evocar, el cortometraje se convierte en un libro en blanco para las experiencias del espectador, un espacio donde las luchas de la diáspora resuenan con cualquiera que haya sentido el peso de lo perdido. Sin embargo, su estructura experimental y su economía narrativa pueden ser un desafío para quienes buscan una historia más convencional, ya que los saltos entre perspectivas y la falta de contexto explícito exigen un esfuerzo activo para conectar los fragmentos. Aun así, esta exigencia es parte de su magia: The Last Harvest no se conforma con ser visto; pide ser sentido, habitado, contemplado.
En última instancia, The Last Harvest es un canto a la memoria como un jardín que, aunque arrancado por la modernidad, sigue floreciendo en las grietas de la identidad. Es un recordatorio poético de que, en los márgenes de una ciudad indiferente, los inmigrantes caboverdianos —y, por extensión, todos los desarraigados— llevan consigo un portal a su hogar en cada tambor, cada planta, cada sueño. Con su sensibilidad visual y su profundidad emocional, el cortometraje no solo captura el anhelo de sus personajes, sino que nos invita a mirar dentro de nosotros mismos, a preguntarnos qué rostros tememos olvidar y qué jardines aún cultivamos en el corazón. En su brevedad, logra una inmensidad que resuena por días, dejando un eco de melancolía que es, a la vez, un lamento y una promesa de resistencia.
REPARTO
Flávio Hamilton, Gabriel do Rosário, Sulamita Rocha, Maria Isabel Rocha
EQUIPO
Director - Nuno Boaventura Miranda
Producer - Pedro Soulé, Pedro José-Marcellino
Screenplay - Nuno Boaventura Miranda
Cinematography - Nuno Boaventura Miranda
Editing - Nuno Boaventura Miranda
Production design - Víctor Pires
Sound design - Luís Pinto
Music - Henrique Silva
Production company - KS Cinema, Cinema Pedrada
Sales / World rights holder - KS Cinema
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