Reseña | "Living in Fear" de Kayvon Derak Shanian

LIVING IN FEAR



SINOPSIS

Living in Fear es una exploración conmovedora del espíritu humano en medio de las sombras del prejuicio y el trauma, contada a través de los ojos de un chico de 15 años que navega las secuelas del 11-S.


RESEÑA

Hay filmes que se contentan con entretener, otros que aspiran a conmover, y luego están aquellas raras creaciones que se clavan en el alma como un eco, obligándonos a confrontar no solo lo que vemos en pantalla, sino lo que llevamos dentro. Living in Fear, un cortometraje que captura el pulso herido de EE.UU. en las sombras del 11 de septiembre, pertenece a esta última categoría: una meditación cinematográfica que desentraña el tejido del prejuicio con una delicadeza que roza lo poético, pero con una honestidad que duele como una herida abierta. Ambientado en los días inmediatamente posteriores a esa fecha que dividió el mundo en un antes y un después, y extendiéndose casi un año más allá, el filme no es solo una historia de pérdida personal; es un espejo que refleja las grietas profundas en el sueño americano, donde el miedo se convierte en el verdadero enemigo, infectando relaciones, identidades y sociedades enteras. Como mexicano, esta narrativa me golpea con una intimidad cruda: aunque no he sufrido en carne propia el azote directo de la discriminación, he visto cómo mis compatriotas –esos que cruzan fronteras invisibles en busca de un futuro– cargan el peso de un racismo sistemático, enfrentando miradas que los reducen a estereotipos, un sistema judicial corrupto que los trata como desechables, y una injusticia que se disfraza de ley. Solo quienes hemos sido marcados como "minoría" entendemos esa erosión sutil: el ser observado con desconfianza, como si tu mera presencia fuera una amenaza, el menosprecio que te hace sentir pequeño, feo, invisible. En este cortometraje, encuentro no solo un retrato del trauma iraní-estadounidense, sino un alegato universal sobre cómo las naciones fabrican villanos para unir a sus ciudadanos en una ilusión de seguridad.

Desde su apertura, con una música tensa que late como un corazón en vilo, seguida de la inscripción "September 14th, 2001 – 3 days after 9/11", el filme nos sumerge en un mundo donde la normalidad se ha evaporado. Reza, el padre interpretado por Arash Mokhtar con una vulnerabilidad que trasciende las palabras, imparte un monólogo en persa desde el asiento del conductor, hablando a su hijo como si estuviera legando una maldición antigua: "Si esperas lo suficiente, el odio siempre regresa... todos tenemos nuestro turno. Tuve la misma experiencia en el '79 con la crisis de rehenes en Irán". Es un preludio que no solo establece el contexto histórico, sino que infunde una sabiduría amarga sobre la ciclicidad del odio humano: "La gente no puede distinguir el color de la piel en la oscuridad... y ahora están en la oscuridad. Todos están divididos y no puedes cambiar la mente de nadie". Esta escena, confinada al interior de un automóvil en una mañana escolar, simboliza la rutina profanada, donde incluso el acto mundano de dejar a un hijo en clase se tiñe de presagio. Casi un año después, en julio de 2002, el foco se desplaza a Cameron (Nour Jude Assaf, en una actuación que destila angustia con una contención magistral), un adolescente de 15 años cuya vida se ha reducido a un caparazón de ansiedad. Ocultando sus rizos bajo un gorro –un gesto simbólico de autocensura cultural–, vacila ante una tienda de comestibles, no como un potencial agresor (como la dirección astutamente nos induce a asumir, jugando con nuestros prejuicios inherentes), sino como una víctima paralizada por el terror de ser percibido como tal. Esta inversión es un golpe de genialidad narrativa: nos obliga a interrogarnos sobre nuestras propias lentes distorsionadas, infiriendo que el prejuicio no es un defecto individual, sino un mal colectivo que se propaga como una plaga en tiempos de crisis.



En su esencia introspectiva, Living in Fear disecciona el trauma como un laberinto psicológico donde el pasado invade el presente, convirtiendo cada encuentro en un campo minado. Cameron, atormentado por el asesinato brutal de su padre –un acto de violencia xenófoba perpetrado con una tubería en un callejón, impulsado por la histeria post-9/11–, ve en cada hombre blanco con corte militar el rostro de su verdugo. Sus alucinaciones, editadas con una fluidez que entreteje realidad e ilusión como hilos de un tapiz deshilachado, evocan una poesía del delirio: vasos derramados que desencadenan recuerdos sangrientos, guitarras que susurran lecciones paternas como un bálsamo contra el vacío, latidos que resuenan como ecos de una guerra interna. Pero el filme no se detiene en lo personal; sus implicaciones se ramifican hacia lo sociopolítico, cuestionando cómo una nación, en su afán por cohesión, erige al "otro" –sea mediooriental, latino o cualquier minoría– como un enemigo fabricado. Como mexicano, esta dinámica resuena con una familiaridad dolorosa: mis compatriotas, tildados de "wetbacks" o "spics" en el discurso cotidiano, navegan un sistema estadounidense donde la corrupción judicial los condena por existir, donde la discriminación no es un incidente aislado, sino una estructura que los mira con desdén, los hace sentir "raros, feos", menospreciados en cada interacción. El cortometraje infiere que esta creación de chivos expiatorios no es fortuita; es una estrategia milenaria para distraer de desigualdades internas, uniendo a la mayoría en un odio común que mascara sus propias fracturas. En un mundo saturado de noticias que lavan cerebros con agendas polarizadas, Living in Fear sugiere que la verdadera oscuridad reside en esa homogenización: todos los "medioorientales" se vuelven indistinguibles, al igual que los latinos en las narrativas antiinmigrantes, reducidos a amenazas abstractas.

Las texturas humanas del filme –sus relaciones– actúan como contrapuntos luminosos en esta narrativa sombría, infundiendo profundidad emocional y poética. Julie (Kathleen Wilhoite, cuya interpretación irradia una ternura frágil como cristal), la madre blanca y diabética, representa el puente cultural tambaleante: sus gestos cotidianos –quitando el gorro a su hijo, animándolo a enfrentar el mundo– son actos de amor puro, pero también exponen los límites de la comprensión desde el privilegio. "Ya pasó casi un año... eres joven, ambos debemos superarlo", murmura, sin captar del todo el abismo que separa su duelo del estigma racial de Cameron. Diego, el amigo mexicoamericano, ofrece en cambio una solidaridad visceral y empoderadora: "Te entiendo... toda mi familia es de México, y aun así me dicen 'wetback' y 'spic'... solo te acostumbras con el tiempo". Su consejo –"Los debes ver de la misma forma que te ven a ti: ellos son los ignorantes"– infiere una reversión del poder, un llamado a reclamar la agencia en un sistema que deshumaniza. Y Jennifer, el crush de Cameron, introduce un hilo romántico que no es escapismo, sino catalizador de autoaceptación: Cameron, al manipular su foto para "blanquearse" con luz artificial, revela la internalización profunda del odio, un autodesprecio que, como latino, reconozco en los esfuerzos por diluir acentos o rasgos para "encajar". El filme infiere que el amor, en su vulnerabilidad cruda, puede disipar ilusiones: el encuentro con la familia diversa de Jennifer –madre no blanca, padre blanco– culmina en un suspiro que libera, simbolizando la posibilidad de sanación en la diversidad genuina.



Poéticamente estructurado como un réquiem para la inocencia perdida, con motivos recurrentes que elevan su simbolismo –la guitarra como lazo cultural indestructible, los programas de televisión como contraste banal con el tormento interno, la voz paterna en off que susurra en persa: "No tengas miedo. Todos queremos lo mismo: vivir en paz. Requiere esfuerzo de buena fe de ambos lados"–, Living in Fear extiende su alcance a lo filosófico y global. Infiriendo que el odio es cíclico, pero no inevitable, el cortometraje nos insta a cuestionar las narrativas que perpetúan divisiones: en una era donde el miedo muta de formas –de post-9/11 a antiinmigrante, de racial a ideológico–, la verdadera resiliencia nace de confrontar prejuicios mutuos. Como mexicano, esta lección me interpela directamente: mis compatriotas, luchando contra un sistema que nos ve como intrusos, encarnan esa tenacidad, recordándonos que el cambio surge de gestos simples como salir del auto y tener el valor de tocar una puerta. Living in Fear no ofrece respuestas fáciles; en cambio, nos deja con esa exhalación final, un recordatorio de que la paz es frágil, pero forjada en la empatía deliberada.



Directa y sin adornos, esta es una obra que trasciende su formato: compleja en sus capas temáticas, inteligente en su manipulación de expectativas, poética en su evocación del alma humana. No es cine para olvidar; es una invitación a recordar, a reflexionar, a actuar en un mundo que demasiado a menudo elige el miedo sobre la comprensión.

En última instancia, la honestidad visceral de Living in Fear no es casualidad, sino el fruto inevitable de una visión forjada en el fuego de la experiencia propia: su director, Kayvon Derak-Shanian, de origen iraní, infunde cada fotograma con una autenticidad que solo puede nacer de haber navegado las mismas aguas turbulentas de la discriminación y el exilio cultural. Él comprende de primera mano nuestras luchas –esas que compartimos latinos e iraníes, minorías unidas en la batalla contra puertas que se cierran con doble fuerza, obligándonos a luchar el doble para abrirlas–, pero también celebra nuestra resiliencia compartida, esa tenacidad inquebrantable que transforma el miedo en un puente hacia la empatía. En un mundo que nos reduce a estereotipos, esta obra nos recuerda que la verdadera libertad surge no de la asimilación forzada, sino de abrazar nuestra herencia con orgullo, un eco poético de que, al final, el odio se disipa ante la persistencia del espíritu humano.


REPARTO

Kathleen Wilhoite, Nour Jude Assaf, Arash Mokhtar, Alejandro De Anda, Danny Dolan, Emily Gateley, Kevin Walsh, Olga Aguilar, Michael Sullivan, Michael Boose, Shane Stirling, Jerome Madson


EQUIPO

Written, Edited, Produced and Directed by Kayvon Derak Shanian

Produced by Oscar Alvarez, Christopher Dodge, Marlee Rodrigues

Executive Producer - David Damian Figueroa

Director of Photography - Ethan Chu

Co-Producers - Jocelyn Barraza, Jack Kaprielian

Associate Producer - Julia Garcia

Love Project Films. LLC

First Assistant Director - Lars Keer

Second Assistant Director - Natalie Pickens

Production Manager - Marlee Rodrigues

Key Production Assistant - Heath Bouknight

Production Assistant - Liz Aleide

Production Designer - Diego Gudiel

Set Decorator - Rodrigo Flores

Camera Operator - Ethan Chu

First Assistant Camera - Christine Mouton

Second Assistant Camera - Jonathan Ely Becerra, Rich Song

Steadicam Operator - Danny Willard

Camera Utility - Elizabeth Robles

BTS Still Photographer - Kay Vargas, Jack Kaprielian

Script Supervisor - Sarah Reunitz

Assistant Script Supervisor - Victor Trujillo

Production Sound Mixer - Tadato Miller

Boom Operator - Heng-Te Lung

Assistant Film Editor / DIT - Zach Taylor

Sound Editor / Re-Recording Mixer - Tadato Miller

Assistant Sound Editor - Megan Ngim

Gaffer - Ren Collantes

Key Grup - Austin Speakman

Best Boy Grip & Electric - Kai Vargas, David Chung, Kyle Kim, Beau Torres

Costume Designer - Laura M. Gonzalez

Assistant Costume Designer - Edina Hiser

Key Make-Up & Hair Artist - Mia Zimmerman

Craft Services - Laura Craig, Liam Meakin

Set Teacher - Bettina Russo

VFX Artist - Fernando Torres Idrovo

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