Reseña | "The Professional Parent (Profesionálny Rodič)" de Erik Jasaň

THE PROFESSIONAL PARENT

PROFESIONÁLNY RODIČ


SINOPSIS

Ingrid, una madre soltera que vive con su hija y su abuela en un pueblo del este de Eslovaquia donde los romaníes se enfrentan al estigma, se convierte en madre profesional de una niña romaní para sobrevivir.


RESEÑA

En las profundidades de un sistema social que se erige como baluarte contra la vulnerabilidad, pero que con frecuencia se convierte en un laberinto de ironías y contradicciones, The Professional Parent de Erik Jasaň se revela como una obra maestra en miniatura, un cortometraje que disecciona con precisión la esencia fracturada de la humanidad. Ambientado en los confines rurales de Eslovaquia oriental, donde la pobreza no es solo económica sino también un estigma cultural que se hereda como una maldición ancestral, este film de apenas quince minutos trasciende su duración para convertirse en una meditación profunda sobre el precio de la supervivencia. No es meramente una historia; es un espejo subjetivo que obliga al espectador a navegar por las aguas turbias de sus propios prejuicios, cuestionando cómo las políticas de bienestar, concebidas para elevar a los marginados, pueden enredarse en redes de explotación emocional y racial. A través de una narrativa que privilegia la percepción individual, Jasaň nos sumerge en un mundo donde el amor se cuantifica, la maternidad se mercantiliza y la empatía se erosiona bajo el peso de la necesidad, dejando al descubierto las grietas invisibles de sociedades que pretenden ser compasivas.

La trama se desenvuelve con una economía narrativa que evoca la crudeza de la vida cotidiana, comenzando con una Ingrid que encarna la dualidad del ser humano común: una madre soltera que, en su rol de cajera, comete pequeños actos de transgresión –como cobrar de más a clientas romaníes– no por malicia inherente, sino por una desesperación que la empuja a los bordes de la moralidad. Estas escenas iniciales, capturadas con una cámara que se detiene en detalles mundanos como el conteo de monedas o el peso abrumador de botellas cargadas por una mujer agotada, establecen un tono de realismo crudo que roza lo documental. Ingrid ignora a esta figura, posiblemente romaní, no solo por indiferencia, sino por un racismo sutil que impregna el aire del pueblo, un prejuicio que el film desvela capa por capa, como si pelara una fruta. Esta subjetividad –el mundo visto a través de los ojos de Ingrid– nos permite empatizar inicialmente con su lucha: sus noches disfrazadas de turnos en un bar, que en realidad son incursiones en la prostitución al borde de la carretera, donde compite con otras mujeres, incluidas romaníes, por clientes que regatean como si el cuerpo humano fuera una mercancía en rebaja. Aquí, Jasaň infiere una crítica sutil al capitalismo de la carne, donde la pobreza femenina se convierte en un ciclo vicioso, y las divisiones étnicas se acentúan en momentos de vulnerabilidad compartida.



A medida que Ingrid transita hacia el rol de "madre profesional", el film profundiza en las implicaciones de un sistema gubernamental que remunera el cuidado infantil: 750 euros por un niño, escalando con el número, un incentivo que atrae no solo a almas generosas, sino a oportunistas que ven en los huérfanos –predominantemente romaníes– una fuente de ingresos. La abuela de Ingrid, con su rechazo tajante a "cuidar gitanos" y su preferencia por un trabajo en Austria, personifica este racismo generacional, un legado que contamina el hogar como un veneno lento. La llegada de Samantha, la niña romaní retirada de una choza precaria y rechazada por familias previas, marca un punto de inflexión. Jasaň captura esta integración forzada con toques poéticos: la maleta que se cae en la calle, símbolo de un desarraigo perpetuo; la cena desigual donde los platos de Ingrid y su hija Martinka parecen rebosar en comparación con el de Samantha, insinuando una jerarquía invisible; o el juego nocturno de dibujos invisibles en la espalda –ventanas que no se abren, árboles sin raíces, soles que no calientan–, un ritual de intimidad que excluye a la nueva llegada, relegada a un colchón en el piso como un recordatorio de su estatus transitorio. Martinka, con su curiosidad infantil y su oferta de juguetes, emerge como un faro de pureza en este mar de amargura, sugiriendo que la empatía no se hereda por defecto, sino que brota en los espíritus no corrompidos, una inferencia que añade capas de esperanza frágil al relato.



La violencia irrumpe como un trueno inesperado, pero inevitable: el intento de huida de Samantha al amanecer, su grito de "¡No eres mi mamá!", y la cachetada de Ingrid que la arroja al suelo, un acto que trasciende lo físico para convertirse en un símbolo de la represión sistémica. Esta escena, enmarcada en la subjetividad de Ingrid –su pánico ante la inminente inspección de servicios sociales–, nos obliga a confrontar cómo la presión económica transforma el cuidado en control, y el racismo en agresión. La abuela, testigo silencioso, representa el juicio moral que Ingrid evade, mientras Martinka, al abrir la puerta a Samantha en su desesperación por usar el baño, encarna una rebelión inocente contra la dureza materna. Estos momentos no son gratuitos; infieren un comentario más amplio sobre la subjetividad narrativa: cada personaje percibe la realidad a través de su lente distorsionada –Ingrid ve oportunidad donde hay explotación, Samantha ve rechazo donde anhela pertenencia–, creando un tapiz de perspectivas que el espectador debe ensamblar, activando su propia imaginación en el proceso.

Estilísticamente, Jasaň refina un enfoque que privilegia la fluidez natural: secuencias que fluyen como un río ininterrumpido, diálogos en romaní y eslovaco que subrayan la brecha cultural, y un uso magistral del off-screen para insinuar tensiones no visibles. Esta técnica dota al film de una autenticidad que resuena con experiencias reales de Eslovaquia oriental, región natal del director, marcada por desigualdades persistentes. Los fondos sonoros –el eco de una cadena de baño, el llanto ahogado– amplifican la introspección, convirtiendo el silencio en un personaje más, uno que grita las verdades no dichas sobre el abandono emocional.

En un plano más amplio, The Professional Parent irradia situaciones que trascienden fronteras, interrogando la eficacia de los subsidios estatales en un mundo globalizado. En Eslovaquia, donde los niños romaníes son canalizados hacia este sistema remunerado mientras los blancos acceden directamente a adopciones, el film denuncia cómo tales políticas, en regiones subdesarrolladas, fomentan una dinámica perversa: el número de niños como métrica de ganancia, atrayendo cuidadores motivados por el lucro en lugar del afecto, perpetuando ciclos de trauma cultural y marginación. Esta crítica resuena con fuerza en contextos como el mío, el mexicano, donde programas gubernamentales –desde becas para jóvenes hasta apoyos para comunidades indígenas– pretenden romper cadenas de pobreza, pero a menudo se desvían hacia clientelismo político o malversación. En México, por ejemplo, ayudas mal enfocadas, distribuidas sin rigurosa supervisión, no solo fallan en su objetivo inicial de empoderamiento, sino que lo invierten: generan resentimiento social, exacerban divisiones étnicas contra pueblos originarios o migrantes, y convierten el bienestar en una ilusión que enmascara desigualdades estructurales. Inferimos aquí una advertencia poética: sin responsabilidad y un enfoque en la autenticidad emocional, estos mecanismos no son puentes hacia la equidad, sino trampas que anclan generaciones en la dependencia, donde el racismo y la pobreza se entrelazan como raíces profundas, resistentes a cualquier reforma superficial.



Introspectivamente, el film me obliga a reflexionar sobre mi propia posición: como testigo de sistemas similares en mi país, donde el gobierno promete salvación, pero entrega migajas, veo en Ingrid un reflejo de la lucha universal por la dignidad. ¿Cuántas veces hemos justificado transgresiones menores en nombre de la supervivencia? ¿Cuántas sociedades priorizan el capital sobre la conexión humana, cuantificando el cuidado hasta que pierde su esencia? Samantha, con su mirada que ha perdido el brillo infantil –esa tristeza eterna de los desposeídos, evocadora de figuras literarias como Cosette o los niños de las calles olvidadas–, nos recuerda que el verdadero costo no se mide en moneda, sino en almas erosionadas; niños que crecerán y se convertirán en adultos heridos y marcados sólo por haber nacido. Martinka, por contraste, ofrece un atisbo de redención: su compasión innata sugiere que los ciclos pueden romperse, no por intervenciones externas, sino por elecciones internas que priorizan la humanidad sobre la herencia.

The Professional Parent no busca redimir ni condenar de manera absoluta; en cambio, deja al espectador en un limbo introspectivo, con la pantalla en negro como un lienzo para nuestras propias inferencias. Es una obra que demanda no solo ser vista, sino absorbida, cuestionada, transformada en acción. En su honestidad directa y su inteligencia sutil, este cortometraje no solo expone fallas; ilumina caminos hacia una empatía más profunda, recordándonos que, en un mundo de perspectivas subjetivas, el cambio comienza reconociendo las sombras en nuestro propio reflejo. Una pieza eterna, poética en su brutalidad, que resuena por días en nuestras conciencias, urgiéndonos a reexaminar no solo sistemas fallidos, sino las narrativas que tejemos alrededor de ellos.


REPARTO

Ela Lehotská, Oľga Solárová, Klára Sviteková, Mariana Kroková, Andrej Šoltés


EQUIPO

Screenwriter & Director: Erik Jasaň

Producer: Erik Jasaň

Co-Producer: Marian Crisan

Executive Producer: Erik Kliment

Line Producer: Matej Kruty

Cinematographer: Tudor Mircea

Editor: Catalin Cristutiu

Composer: Pavol Jeňo

Sound Design: Ivan Horák

Sound Recordist: Blazej Vidlicka

Production Design: Michal Vavro

Art Direction: Andrea Madlenakova

Costume Design: Hana Hancinova

Makeup Design: Sylvia Hencekova

Production Management: Martin Drgon, Martin Horvath

Assistant Production Managar: Maria Gorogova

First Assistant Director: Patrik Krivanek

Second Assistant Director: Jan Kovacik

Third Assistant Director: Jakub Jozio

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