Reseña | "Long's Long Lost & Mini Mart" de Julian Doan

LONG'S LONG LOST & MINI MART


SINOPSIS

En la parte trasera de una tienda de conveniencia en Little Saigon, un cliente en busca de cierre reanima a su padre muerto para una última conversación. Cuando sus expectativas se ven trastocadas, la dependienta pragmática debe lidiar con las consecuencias.


RESEÑA

Desde hace muchísimo tiempo, el ser humano ha sentido la necesidad de hablar con los muertos. No porque ignore que ya no pueden responder, sino porque en lo más íntimo de su ser se niega a aceptar el silencio definitivo. En cada intento de comunicarse con un ser querido fallecido (ya sea mediante sueños, rituales, recuerdos o simples palabras dichas al aire), el hombre revela una de sus verdades más hondas: la incapacidad de concebir la ausencia como algo absoluto. Buscamos a los muertos no para oírlos, sino para escucharnos a nosotros mismos a través de ellos. La obsesión por el contacto con el más allá es, en realidad, un deseo de continuidad: queremos creer que el amor no muere, que lo que sentimos, lo que compartimos, no se disuelve con la materia. Es un intento de rescatar del tiempo lo que el tiempo ha reclamado. Sin embargo, existe una frontera silenciosa entre el amor y la obsesión, que muchas personas cruzan no por el anhelo de recordar, sino por la necesidad enfermiza de no soltar. Y tal necesidad se vuelve como una "droga espiritual": cada intento de contacto promete alivio, pero deja un vacío más profundo que antes.



Justo es en esta frontera donde emerge Long's Long Lost & Mini Mart, un cortometraje dirigido por el vietnamita-estadounidense Julian Doan, cuya visión creativa se nutre de las mundanidades oscuras de la vida, particularmente en medio de la muerte y el luto. Inspirado en una visita real a una tienda de conveniencia en Little Saigon, California –un espacio rebosante de personajes coloridos que jugaban, bebían y fumaban, incluido un monje budista ebrio mendigando y coqueteando–, Doan fusiona este entorno con su propia experiencia de perder a su padre. Como él mismo explica, el film surge de combinar esa tienda vibrante con las complejidades del deseo: anhelar respuestas de los seres queridos fallecidos, lidiando con la obsesión por lo que ya no está, todo ambientado en un mini mart sórdido que transforma el luto en un vicio comercializado. Esta premisa no es mera fantasía; es una excavación introspectiva en cómo hemos hecho más cómodas las experiencias íntimas –del masaje a la terapia, del sexo al cierre emocional–, extendiéndolo al anhelo por una última conversación con los muertos. En este relato, el duelo se revela como adicción obsesiva, un ciclo fútil de búsqueda de catarsis que resuena en capas culturales, psicológicas y existenciales, mucho más allá de sus dieciocho minutos de duración.

La trama sigue a un joven atormentado, un hijo vietnamita-estadounidense que carga las cenizas de su padre en una vasija asegurada con un cinturón de seguridad, como si el difunto aún reclamara su asiento en el mundo de los vivos. Nervioso, repasando tarjetas con frases preparadas –un intento patético por domar lo incontrolable–, ingresa a esta tienda híbrida de mini mart y limbo comercial, donde se venden "conversaciones" con los fallecidos en paquetes escalonados: del básico "OK" al lujoso "Premium". Lo que inicia como una transacción banal –con una propietaria astuta que hace upselling sin piedad, interrumpida por el monje ebrio con bendiciones irónicas– deriva en un ritual grotesco: una máquina que, con temblores demoníacos y sonidos escatológicos, regurgita una versión efímera del padre. El encuentro es crudo, incompleto; el hijo balbucea, el resucitado emite una risa que hiela la sangre, y lo que surge no es resolución, sino un abismo ampliado de arrepentimiento y deseos insatisfechos.



Doan infunde al film una autenticidad visceral nacida de su exploración personal. El terror cómico –esa máquina que expulsa al padre con ruidos infernales, los personajes coloridos que pululan como ecos de la vida real– actúa como espejo deformado de nuestra negación colectiva de la muerte. No es horror superficial; es alegoría de cómo forzamos rituales en un universo indiferente, donde las cue cards del joven representan la ilusión de control sobre el caos del deseo. En un nivel más profundo, el film explora el duelo como adicción: el joven regresa desesperado, exigiendo respuestas que su padre –o su proyección– no puede dar, eco de cómo la obsesión por los perdidos nos deja irracionales, con ceniza en los dedos como recordatorio táctil de la impermanencia.

La propietaria, una figura maternal y mercantil, amplía el alcance introspectivo: su dureza inicial se revela como escudo contra su propio vacío, culminando en una escena hogareña donde habla a un altar con ofrendas a su esposo fallecido, fumando en un ritual de soledad que paraleliza el sufrimiento del joven. Doan infiere así que el duelo no es solitario, sino un hilo invisible que une a los vivos en una red de deseos compartidos y obsesiones no resueltas. Su máquina "perfecta" ofrece segundas oportunidades, pero ¿a qué precio? El cortometraje sugiere que tales artificios solo exacerban el dolor, urgiéndonos a aceptar que la catarsis verdadera nace de la rendición ante lo irreversible, no de la resurrección forzada en un mini mart que simboliza nuestra compulsión por lo perdido.

Visualmente, es una gema atmosférica: el pasillo morado evoca un purgatorio neón, la máquina tiembla como un corazón herido, y los créditos finales –solo suspiros y cigarrillos ardiendo– dejan un silencio que resuena en el espectador como un eco eterno de deseos insatisfechos. Las actuaciones destilan contención magistral; Jackie Tran transmite un nerviosismo que culmina en llanto catártico, mientras Hồng Đào navega cinismo y compasión con honestidad brutal. Doan demuestra aquí un talento para lo poético en lo cotidiano, enfatizando detalles que humanizan la mirada sobre el absurdo.

Haber visto este gran trabajo y poder escribir esta reseña en pleno Día de Muertos en México añade para mí una resonancia particular, ya que esta festividad establece un puente efímero entre los vivos y los muertos y no pudo ser una fecha más apropiada para hacerlo. Es el tipo de historia que te deja deseando ver más, saber más, entender mejor este mundo de últimos adioses y duelos permanentes.



En esencia, Long's Long Lost & Mini Mart no es solo un cortometraje; es un espejo implacable que refleja nuestra eterna lucha contra el silencio de la muerte, esa frontera donde el amor se transmuta en obsesión y el deseo de continuidad se convierte en una adicción espiritual que promete alivio, pero excava vacíos más profundos. Doan, con maestría introspectiva, nos obliga a cuestionar si revivir a los muertos –a través de máquinas grotescas o rituales cotidianos– resuelve algo, o si solo perpetúa el ciclo inútil de anhelo insatisfecho, recordándonos que buscamos en los ausentes no sus voces, sino el eco de nuestras propias culpas y amores no resueltos. Visualmente hipnótico y con un gran estilo, el film deja un resonar en el alma: un silencio que no es vacío, sino la invitación a soltar, a aceptar que las conversaciones verdaderas con los muertos se libran en el interior, donde el tiempo no reclama victoria absoluta.


REPARTO

Hồng Đào, Jackie Tran, Hoài Tâm, Long Nguyen, Wendy Hoa Vo, Marcus Nguyễn, Cường Nguyễn, Thùy Khanh, Kimberly Nguyễn, Anthony Pham, Hảo Aiken


EQUIPO

Written & Directed by Julian Doan

Executive Produced by Lena Waithe, Rishi Rajani, Naomi Funabashi, Travis Ing, Justin Riley

Produced by Doménica Castro, Constanza Castro, Alex Nystrom, Jenni Trang Lê

Cinematography by Jay Swuen

Production Design by Mochii Mengqing Yuan

Edited by Lynn Hong

Music by René G. Boscio

Sound Design by Kai Scheer

Costume Design by Brianna B. Murphy

Hair & Make-Up by Oasis

Casting by Christian Bustamante

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